lunes, 26 de abril de 2010

Sin magia pero con oportunismo

Como había sucedido ante Vélez, a Racing le bastó una ráfaga de segundos para sacudirse todas las limitaciones y quedarse con una victoria ante Banfield. Aunque esta vez para lograrlo no utilizó un truco de magia sino la fórmula más redituable: pegar el momento justo.

El arco estaba completamente a su merced. Pero su cabezazo no pudo someterlo e insólitamente rebotó contra el césped y se fue afuera. En el instante en que Claudio Bieler desperdició esa chance exquisita para abrir el marcador, más de un hincha de Racing temió que fuera una tarde en la que los tres puntos se negaran a quedarse en Avellaneda. En un partido chato, por momentos demasiado impreciso, a La Academia le costó encontrar el camino acertado hacia el arco de Banfield. Pero, como había sucedido ante Velez, le bastó una ráfaga de segundos para sacudirse todas las limitaciones. Aunque esta vez para lograrlo no utilizó un truco de magia sino la fórmula más redituable: la del oportunismo. En las dos jugadas que pudo construir con criterio, Martinez y Bieler estuvieron en el momento y lugar indicados y no perdonaron. De esta manera, el ex Liga de Quito se redimió de aquella gran oportunidad fallada y volvió a ratificar que es un faro que puede iluminar la ofensiva académica si sus compañeros aprenden a buscarlo como referencia. El Taca demostró que no pierde el optimismo por el gol a pesar de que no le salgan ni la primera ni la segunda.

El primer tiempo no tuvo un dominador claro. Antes del minuto de juego, Racing ya había tenido una muy clara a través de Aveldaño. Y, aunque durante esos primeros 45 siguió empecinado en ir hacia delante, otra vez utilizó los recursos menos efectivos: centros frontales, algún pelotazo que se perdió sin destino, pases hacia compañeros atosigados por rivales. El equipo visitante, conformado por suplentes y juveniles, parecía jugar con la soltura propia de quien no tiene presión alguna y se ubicó muy firme en el campo. En la primera etapa, en Racing no hubo lugar para la magia, y menos para el fútbol, porque Grazzini se encontraba muy solo y así quedaba interrumpido cualquier circuito de juego. Banfield tampoco tenía la profundidad necesaria como para ponerse arriba en el marcado, pero algunas desatenciones infantiles del equipo de Russo le concedieron el permiso de generar alguna zozobra. Aunque De Olivera estuvo allí para cerrarle el paso a cualquier amenaza. Hubo una jugada en la que la desatención de Aveldaño y del arquero hizo que el corazón del hincha de Racing quedará palpitando en la boca. Pero el Uno académico contuvo la pelota entre sus manos y así alejó cualquier fantasma.

A pesar de que Racing le costaba adueñarse de la pelota, tuvo chances como para convertir, como aquella secuencia en la que tanto Zuculini como Yacob pudieron estamparla la redonda contra la red. El final de la primera etapa regalaba un interrogante: ¿La Academia podría dejar atrás sus intermitencias, ajustarse el cinturón e ir en busca del triunfo ante un equipo de tibias intenciones pero que lo había complicado?

El complemento encontró al equipo de Russo intentando adueñarse de la pelota y a Grazzini otra vez demasiado alejado de sus compañeros como para articular el ataque. Lugüercio, entre tanto, probaba sacarse rivales de encima con más ganas que éxito. Banfield generaba cierto peligro a través de Lazo, quien en más una ocasión encontró un resquicio como para acercarse al área albiceleste. Russo mandó a la cancha a Hauche y Castromán para darle vida al ataque. A los 25 minutos, Bieler se la perdió de frente al arco y minutos después pifió en otra jugada. Pero ni el ni Racing se dieron por vencidos. Así, cuando parecía que Banfield construía un piquete en cada ruta de ataque académico, Martinez sacó un disparo que aniquiló la red y la trinchera del Taladro. Minutos después, en otra vertiginosa envestida, Bieler la tomó como venía, apuntó al arco y la pelota supo que, esta vez, debía obedecerlo. Racing se puso 2 a 0 y partir de allí la victoria dejo de ser una quimera. El equipo de Russo intento manejar el balón y, con algún que otro sobresalto, se quedó con el triunfo. Esta vez no utilizó la varita mágica sino el más viejo de los axiomas: pegó en el momento preciso y jamás tiró la toalla.

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