domingo, 17 de abril de 2011

Jugar como hinchas

La pequeña historia de un hincha que jugó como tal. Desde el asiento de su auto, varado en alguna calle de la ciudad, Ramiro estuvo presente en el Cilindro y fue testigo de una categórica victoria en el clásico.

Se empilchó para la ocasión, cazó su bandera y se dirigió, con el orgullo que lo caracteriza cuando lleva esos colores en el pecho, hacía su casa, ese multitudinario hogar, único recinto en el mundo capaz de albergar a tantas almas sedientas a una misma hora, en un mismo lugar y por un único y mágico propósito: recobrar esa tan olvidada sonrisa de felicidad extrema.

Con la radio de fondo y los vidrios bajos por el sofocante calor que azotaba a la ciudad de Buenos Aires, Ramiro se detuvo en un semáforo y el simple ruido de las bocinas, lo relajan, le nublan la vista. Lo que no sabía es que ese sueño, le cambiaría el día, la semana, y porque no, el año.

Un cachetazo, lo hizo reaccionar. “Dale nene eh! Dale que esta es tu tarde. Demostrá y aprovechá”. Se dio vuelta y si, era él. Por la camisa blanca que vestía, acompañanada de un saco negro que le hacía juego con el color del pantalón y los zapatos, se dio cuenta que no era uno como él, sino que era Russo. El mismísimo técnico, lo arengaba, lo motivaba para que salga al campo como una verdadera fiera.

“Te alentaremos de corazón, esta es tu hinchada que te quiere ver campeón…”. Escuchaba desde el túnel este pequeño jugador con alma de hincha. El humo, los papelitos, los telones y los cánticos, le inflaron el pecho. Se ató los cordones, se acomodó las medias y el pitido inicial dio comienzo a sus noventa minutos más importantes de su vida. “Comparada Comparada se avivó, le achicó la cancha al Rojo porque nunca la llenó”.

Ramiro se movía, corría de un lado para el otro, buscaba siempre estar en contacto con el balón. Como una liebre que busca su presa para poder alimentarse a diario, el “Tiki” (como le decían cuando jugaba en su club de baby) le pidió un pelotazo a Patricio Toranzo para desbordar por la izquierda de la defensa del rival. El Pato no se la dio, pero lo vio a Teofilo, quien la mató con el pecho y con un colosal pase habilitó a Gabriel Hauche. El Demonio, quirúrgico. Ingresó al aire cruzando la defensa y con un letal derechazo, sentenció el primer gol del partido. Ramiro no sabía que hacer. Corrió desde un corner hasta el otro, pasó por atrás de Assman y señalando a la hinchada, se besaba la camiseta.

Y con esa sonrisa que lo caracterizó desde que vio por primera vez el mundo, se dirigió al vestuario junto a sus compañeros para aprovechar al máximo esos minutos de descanso para ajustar algunos pequeños detalles. “Bien Ramiro carajo! Así, juga como si fueras un hincha”. Al parecer, este pequeño con alma de grande, se lo tomó en serio.

Desde los camarines, se escuchaba a La Guardia Imperial y su repertorio de canciones con gastadas para los pobres vecinos sin techo. “No tengas miedo, podes cantar”, “Como no tienen nombre les pusimos apodo, la banda de Pavote, los amigos de todos”. Con este marco, salieron a disputar los últimos 45 minutos de este cotejo que se había presentado como todos hubiesen querido.

Se refrescó y tímidamente se acercó a Lucas Licht. “Lucas, mirame, estoy siempre sólo, nadie me marca. No se porque, pero estoy siempre libre” y el 25 lo miró, y con pocas palabras dejó tranquilo a quien llevaba, como de costumbre, la numero “50.000” en la espalda. Pese al cansancio que podía sentir, Ramiro se mantuvo igual. No se cansaba nunca, iba, chocaba, se caía, se recuperaba y se volvía a caer. Pero esta vez, la última vez que chocó, se mantuvo parado y ese mensaje lo dejo pensativo.

Licht la recibió por derecha y al instante se le vino la charla de entretiempo a la cabeza. Aprovechó y corrió en diagonal. Paso por atrás del lateral derecho del equipo contrario pero antes de llegar a marcarle el pase, el ex Gimnasia habilitó a Teo. Expectante a un costado, observó. Assman le tapa el remate pero le queda servida. Esos segundos que la pelota tardó en bajar, fueron eternos. Los pies le temblaban y con los ojos bien abiertos cual búho, fue testigo del lento ingreso del balón al arco. Desesperado corrió para todos lados, se abrazó con cualquiera que se le cruce y con las lágrimas a punto de brotar, se arrodilló y alzando los puños hacia el cielo se largó a llorar.

De repente, el sonido de un celular lo exalta. Abre los telones de su rostro y se da cuenta de que todavía le faltaban 20 cuadras para llegar al Puente Pueyrredón. “¿Qué hora es?”, preguntó desesperado. El reloj marcaba las 20.18 y el clásico ya había concluido. Escucho atento a través del dial que había dejado prendido, quizás apropósito: “Con goles de Hauche y Teófilo, la Academia venció por 2-0 a su clásico rival en Avellaneda”. Aquella sonrisa con la que Ramiro se despertó, fue el fiel reflejo de las 50.000 almas que llevaba en su espalda mientras correteaba por el pasto del Cilindro.

Algo tan simple como: Jugar como hinchas.

http://www.racing.com.ar/

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