lunes, 21 de septiembre de 2009

Al mal juego, mala cara...






Consuelo desabrido, a San Lorenzo debe quedarle la certeza de que su búsqueda se quedó sin recompensa. Si de intenciones se tratase, a los de Simeone les habría bastado con la voluntad que emana del banco para quedarse con el éxito. Los equipos del Cholo esconden poco: juegan con el ímpetu del entrenador, que también puede pifiarle. Es una hipótesis al viento, para la que no hay verificación posible; sin embargo, se puede especular acerca de los sucesos que el ingreso de Romeo podrían haber desencadenado. Simeone reservó al nueve, le cedió su lugar a Bordagaray (contra Tigre había evitado la eliminación de la Sudamericana con una definición de hombre de área) y, cuando metió mano, mandó a la cancha al Papu Gómez. Con Menseguez por afuera y la distribución, aun intermitente, de Romagnoli, Romeo habría representado una apuesta clásica, que acostumbra vivir del abastecimiento que puede llegar de las bandas.


A veces con exceso de vértigo, a veces con repeticiones que lo vuelven previsible, San Lorenzo se consume en afanes ofensivos. Por eso, con diez durante casi una hora, se anima a sumar a los laterales en campo ajeno (lástima tanto centro sin faro de área) y a pararse, lejos de Migliore, con Aguirre y Rivero en funciones de contención.

El abuso de la mención al local remite a preguntarse por Racing. ¿Estuvo? Por ahí anduvieron los muchachos de Caruso Lombardi, con un scouting del rival digno del mejor asistente técnico de básquet. Experto en pelos y señales, Caruso, avisado de los movimientos de Pintos y Aureliano Torres, ubicó a Lluy y Fariña como custodios de los laterales. A Lucero y Ledesma les advirtió sobre Romagnoli y les agregó información sobre las eventuales proyecciones de Rivero. Este Racing cumple con un primer mandamiento: jamás descuidarás el arco propio. No le alcanza para ganarse el cielo y, paso a paso, se acerca al averno.

Las promesas de juego generoso realizadas después luego del empate con Gimnasia quedaron para próxima satisfacción. El doble enganche fue una ficción jamás representada, pues Fariña -se agotó de tanto recorrido- fue volante por derecha y Grazzini alternó entre esa posición y la de mediapunta. A propósito del Mágico: sin pie para enhebrar el pase ni verticalidad para la contra, convendría revisar dónde puede rendir más.

La preferencia por adecuarse al esquema del adversario en procura de lastimar con réplicas no es un pecado en sí mismo. El infierno empieza a quedar cerca cuando la elección de los intérpretes se revela inapropiada. Lucero fue el único que se dio cuenta de que había que quebrar, en carrera a Migliore, cuando la congestión de recuperadores impedía el avance de San Lorenzo y quedaba espacio para volar.
 
La incertidumbre del Ciclón no inmoviliza. La inquietud de Racing paraliza: ¿acaso tiene algo más que esto que escogió Caruso para dejar de coquetear con la permanencia?

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