domingo, 27 de marzo de 2011

Hay equipo, no hay arquero


Toda una idea futbolística se puede caer a pedazos si los resultados no acompañan. Y para eso, los delanteros deben convertir y los defensores junto con el arquero deben hacer lo imposible para mantener la valla en cero.

Unos cumplen muy bien su función, hasta el punto de ser, tal vez,  los mejores del torneo. Pero los otros, sobre todo el que más responsabilidades tiene ya que es el que se para de bajo de los tres palos, están poniendo en jaque toda una estética de juego que Racing hace años no muestra y que es el fundamento mayor para poder pensar en la pelea por el campeonato.
Jorge De Olivera, y sus horrores cada vez más visibles, están destruyendo las aspiraciones académicas. No sólo las de batallar por el título, sino las que han construido ese sueño, que es nada más y nada menos que la de tener una identidad bien definida. Miguel Ángel Russo por fin encontró a los once que tanto trabajo le costó conseguir. La dupla en el mediocampo formada por Claudio Yacob y Patricio Toranzo, uno marcando y el otro distribuyendo juego. Los tres delanteros, con un Teófilo Gutiérrez que rápidamente demostró que su calidad le sobra para ser él mismo quien elogie sus habilidades, con Gabriel Hauche en su esplendor y con un Pablo Lugüercio que con su gran despliegue está sabiendo opacar sus déficits futbolísticos.
El entrenador, y esto es lo más elogiable, los convenció de que buscando siempre a un compañero para darle la pelota clara es la mejor forma de jugar a este deporte. Claro que para eso cuenta con actores que saben qué hacer con el balón. Pero la idea, la identidad, que lleva mucho tiempo desarrollar, es muy clara y concisa. Hasta los defensores, fieles siempre desde antaño al compañero pelotazo, están seguros de salir con la pelota dominada, con la cabeza en alto, en la búsqueda de Yacob y Toranzo principalmente.
La movilidad de los futbolistas de Racing, imprescindible para este tipo de diseño estratégico. Los tres delanteros en constante rotación, con un Iván Pillud imparable desde su sector y un Lucas Licht ofreciéndose siempre por su costado. La Academia, a la que vimos salir campeón en 2001 sin brillar pero con el convencimiento de que se podía tras 35 años, por fin logra destacarse desde el juego. El pase, ese elemento básico en el fútbol pero muy pocas veces utilizado, es un estandarte firme que se rige sobre los jugadores de celeste y blanco.
Pero el rival le llega al arquero. Llegan los centros. Llegan las equivocaciones. Llegan los goles. Tres recién contra Lanús, dos ante Olimpo, con Boca “algo más podría haber hecho”, lo mismo con San Lorenzo. Y empiezan las imprecisiones, los pelotazos y la desesperación, tan enemiga ella de la precisión. Todo un basamento futbolístico cae en sólo minutos.
Russo deberá cambiar a De Olivera. No sólo porque está arruinando las pretensiones del equipo tan bien fundamentadas desde muchas aristas, sino, y fundamentalmente, porque está atentando contra la identidad. Porque un campeonato se puede ganar o perder. Pero una misma idea mantenida a largo plazo es la que te lleva irremediablemente a la gloria.
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